Estamos tan narcotizados y tan sumidos en el pensamiento
único y en la propaganda que mucha gente no ha sabido apreciar en lo que vale
el gesto –ciertamente inhabitual- de Arturo Pérez Reverte en su investidura como
doctor Honoris Causa de la Politécnica de Cartagena.
Desgraciadamente es tan habitual que este tipo de
actos se convierta en un pasteleo entre el homenajeado y quienes lo invisten
que el gesto de Pérez Reverte sorprendió en exceso y además fue malinterpretado.
En sentido estricto el discurso del doctorando no se
centró en una época determinada, ni identificó un solo culpable en el proceso
de destrucción del patrimonio histórico del XVIII en Cartagena, sino que
analizó el resultado de un proceso que acaba como todos sabemos y podemos ver.
Quienes se han sentido aludidos directamente han demostrado o bien su mala
conciencia o su ingenuidad por no decir algo más duro.
Justamente el aspecto más interesante del discurso
estuvo en mi opinión en la identificación de los factores que propician la
destrucción del patrimonio. Estos factores que están de plena actualidad son,
en primer lugar, la especulación, que descontrolada o “liberalizada” no busca
nada más que su beneficio. Para
demostrar su vigencia no hay nada más ver los solares del conjunto histórico o
recordar la petición que hicieron los constructores en uno de los últimos
congresos de la COEC de Cartagena, para incorporar el Arsenal a la ciudad,
construyendo en él por supuesto. El señor Pérez de Lema debería controlar ese
tipo de manifestaciones si tanto le preocupa el buen nombre de la institución
que preside o el prestigio de nuestra ciudad.
El segundo factor que ha incidido en la destrucción
del patrimonio es la opinión pública. Aquellas gentes que aplaudían el derribo
de las murallas y de las puertas de la ciudad, como contaba Pérez Reverte,
porque creían que así iban a ser más prósperas. Unas gentes por cierto, las de
Cartagena, que no han entendido hasta hace muy poco que el patrimonio es seña
de identidad personal y social, además de fuente de riqueza por la vía del
turismo. Unas gentes que parecen no saber todavía que atentar contra el
patrimonio está penado por la ley y que se siguen dejando azuzar por ciertos
gobernantes contra los defensores del patrimonio a los que tachan de enemigos
del progreso. ¡Los argumentos como verán los lectores han cambiado poco en los
últimos siglos!.
Es en relación con este factor de la opinión pública
en lo que reside el mayor valor de la denuncia de Arturo Pérez Reverte, que le
agradecemos profundamente todos los que luchamos por el Patrimonio. Frente a la
tibieza y la desinformación que abundan es importantísimo que personas como
Arturo Pérez Reverte digan lo que piensan y orienten a la opinión pública. ¡Que
no sufran quienes piensen que esto puede dañar a Cartagena!. Lo que más nos
dañará es no hacer caso de estas advertencias.
El tercer factor de la destrucción del patrimonio
histórico son las administraciones que lo gestionan, sobre todo después de la
Constitución y de la ley de patrimonio de 1985, que son las primeras leyes de
amplia vigencia que hemos tenido en España para proteger el patrimonio. En este
punto Arturo Pérez Reverte se quedó corto quizás porque desconoce que muchos de
nuestros gobernantes creen efectivamente que la protección del patrimonio es un
obstáculo para el progreso de la ciudad y que son incapaces de compaginar la
protección a la que están obligados y el desarrollo urbano. Por citar un
ejemplo próximo me limitaré a recordar que la mayor paladina de la eliminación
del muro del arsenal es la alcaldesa de Cartagena. Como ya dijo hace mucho
tiempo don Luis Amante hablar de derribar el muro del Arsenal es como pretender
derribar en Pekín los muros de la ciudad prohibida.
En este capítulo de las administraciones mucho más
hay que decir. La responsabilidad no solo compete a los políticos sino también
a los funcionarios que no siempre adoptan la postura de defender la ley frente
a las veleidades de los políticos. También en este punto tenemos un ejemplo
próximo en Cartagena que desgraciadamente vuelve a tener como protagonista a
nuestra ofendida alcaldesa. Me refiero a la polémica con el Director General de
Cultura, de su propio partido político, porque se atrevió a avisar del alcance
del proyecto que se pretender llevar a cabo en el antiguo cuartel de penados y
rebeldes del Arsenal y que sigue en marcha a pesar de las observaciones del
Director General y del discurso de D. Arturo Pérez Reverte.
Este proyecto, que no dudamos en calificar de muy
positivo para la recuperación del antiguo cuartel, tendría la consecuencia
irremediable de la división en dos partes del Arsenal. Un gobernante respetuoso
con la legislación -que es clarísima al respecto- y que deseara salvaguardar en
su integridad la joya de la corona del XVIII, que es el Arsenal, evitaría
dañarlo para que se pudiera interpretar adecuadamente en un futuro próximo. Ni
los concursos de ideas por buenas que sean, ni los propósitos políticos pueden
pasar por encima de la conservación de un monumento de estas características,
que es único en el mediterráneo.
La responsabilidad de funcionarios y políticos es
aún más evidente en el caso de la destrucción de los diques de Feringán que
centraron el discurso de Pérez Reverte y que son una prueba irrecusable de que
se está destruyendo patrimonio en Cartagena. De este caso que se encuentra
actualmente en el juzgado de primera instancia de Cartagena no hablaremos mucho
de momento por razones de espacio y de respeto a la instrucción. Pero cuando se
hagan públicas las circunstancias y los detalles del “atentado” contra los
diques comprenderán todos los lectores la razón que tenía Pérez Reverte. Valga
con decir de momento que los diques eran la verdadera razón de ser del Arsenal,
una nueva forma de abordar la construcción de buques, y que no merecían acabar
en los almacenes de un anticuario y en dos o tres escombreras por la desidia e
imprevisión de funcionarios y políticos del Ministerio de Defensa en este caso.
En definitiva creo que Pérez Reverte dió un toque de
atención que era absolutamente necesario para remover las conciencias y que tan
injusto es reprochárselo como infantil y absurdo pretender que lo que de
positivo se esté haciendo en la protección del patrimonio del XVIII nos exima
de la responsabilidad que tenemos en lo que no hemos conseguido salvar. De la
misma forma que no eximimos al criminal de su delito porque haya tenido un
gesto bondadoso.
A los gobernantes como a los generales que entraban
victoriosos en Roma no les viene mal de vez en cuando que alguien les recuerde
que son humanos y que por ello también están expuestos al error.
Juan-Miguel Margalef
Presidente de ADEPA y miembro del Consejo social de la
Politécnica